La mañana del 25 de junio nos condujo por calles frescas hasta los patios emparrados de las Bodegas González Byass, donde la sombra vegetal lleva más de setenta años tejiendo microclimas silenciosos, pero muy trabajadores. Calle Ciegos, calle Unión y aledañas no es solo una muy fotografiada postal jerezana: es también un experimento vivo donde la naturaleza y la arquitectura han llegado a un pacto tácito para permitir el trabajo de la bodega, ayudando al buen desarrollo y crecimiento de las levaduras propias del vino de Jerez (hongos unicelulares que producen su fermentación alcohólica: Saccharomyces cerevisiae beticus, S. cerevisiae cheresiensis, Torulaspora delbrueckii y Zygosaccharomyces rouxii).
Allí, junto a miembros de Amigos de los Árboles/Grupo de los Emparrados y Austin Gardner del FabLab Jerez, se inició la instalación de los dispositivos de monitorización ambiental que permitirán medir los beneficios climáticos, ecológicos y sensibles de estos espacios frente a otros sin emparrar. En esta acción se cruzan múltiples tiempos: el del ciclo de la vid, el de la tecnología que registra datos invisibles, el de la ciudad que imagina cómo volver a ser jardín.
Durante la visita, se habló de sombra, humedad, temperatura… pero también de cuidado, de transmisión, de cómo una práctica tradicional puede convertirse en dispositivo para el futuro. El proyecto SONE avanza justo en esa dirección: conectar la creatividad con lo que ya está, con lo que ha estado siempre, y hacerlo desde una escucha atenta.
Ya por la tarde, de vuelta en Palacio Villapanés, se abrió una nueva línea de trabajo: las propuestas de valor de SONE. Porque si el paisaje es una práctica compartida, quizás también necesitemos nuevas formas de narrar, reconocer la participación de todos y redistribuir su riqueza.